En esa especie de trance vaporoso donde nada importaba, fluctuábamos entre colores pastel y brillos bokeh. Hasta que de repente...
-¡flup!-
Un diamante de 1.000 facetas nos absorbió. Dentro de su descomunal interior, frío como el hielo, pudimos sentir la presión de los cuerpos colindantes. El sofoco por la falta de aire. La densidad de la masa que formábamos junto a los otros.
El Punto del que todo partía.
... desde él miles de brazos flexibles como tentáculos traslúcidos, nos llevaban a ... no podría decir a dónde. A cualquier otra parte .
Parecía magia. Teletransporte. A la velocidad de la luz llegábamos a una sala de juntas, al techo estrellado sobre la cuna de un bebé, al secreto de su cuarto...
Aún hoy no sé qué fue.
Lo que sí sé es que desde entonces jamás he podido mirar al Sol de nuevo sin sentir nostalgia.